Terminando este curso un tanto atípico, por todo lo que hemos vivido este tiempo atrás, hay que pararse a pensar lo importante que es nuestra vida social y familiar, y sobre todo, nuestra libertad, ya que todo esto se nos truncó hace algo más de dos años.
Y cuando has perdido algo, es cuando realmente empiezas a valorar aquello que siempre habías tenido, y que no te habías parado a pensar lo importante que era, hasta que un día algo que no esperabas, pone tu vida y la del resto del mundo patas arriba.
Después de muchos meses de vacunas, virus y confinamiento, volvimos a "la rutina", pero teniendo en cuenta la cotidiana mascarilla. Y es que, esta pandemia nos ha castigado a base de bien.
Intentando recolocar nuestras vidas volvimos este curso a nuestras clases de patchwork que para algunas ha sido un bálsamo que curaba nuestras heridas, o al menos las aliviaba.
Como ya he comentado en algún otro blog, el patchwork nos ha mantenido haciendo proyectos que como poco nos han distraído y como mucho nos han permitido sentirnos orgullosas de nuestra labor.
Hemos hecho piña dentro del grupo de trabajo que hemos formado en cada taller, creando un ambiente amigable y altruista, permitiendo que me sintiera orgullosa de esas personas que lo han formado.
A todas ellas, bellas personas, les agradezco el tiempo que hemos pasado juntas este curso, tanto al taller de Umbrete, de Bollullos y a los dos de Bormujos, gracias a todas. De vosotras yo también he aprendido mucho.
En este tiempo de vacaciones cargaremos pilas y comenzaremos en septiembre con nuevos proyectos que nos llenarán de satisfacción.